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IIF – 100. La partida

03/04/2018

Sábado, 11 de junio de 2016. Me levanté poco después de las 9. El piso estaba vacío: ni los sofás y el mueble de salón, ni la mesa de despacho -que había dado a un vecino-, ni el armario, ni la cama. Sólo el colchón en el suelo, otro apoyado en la pared, mis maletas, y mis cajas de bártulos.

Mi padre y mi tío llegaron poco después. Empezamos a bajar trastos a los coches. Luego llegó Pavol, a llevarse los colchones. Nos despedimos con un abrazo. Envié la lectura del contador a la empresa sumunistradora, guardé el portátil, quité la wi-fi, y empaqueté el router.

Se acercaban las 12 del mediodía, la hora a la que repartían el correo por mi calle los sábados. Por una parte, era importante que, cuando llegara la cartera, encontrara un buzón con mi nombre. Por otra, llevaba un mes esperando una carta importante: los papeles para el voto por correo en las próximas elecciones generales de junio de 2016, ya que en diciembre no se formó gobierno.

Vi a la mujer con el carrito de las cartas. Fui a preguntarle: “Estoy esperando una carta urgente, y en unos minutos me mudo. ¿Tiene algo para mí?” Siendo que esperaba un sobre, y tenía que ver con las elecciones, parecía un miembro de cierto Partido Político corruppto.

Pero no tenía nada para mí. Mañana es domingo, así que no habrá reparto de correo. A partir del lunes tenía contratado un servicio de reenvío de correo a la oficina donde curraré en Logroño, de forma que no delvolvieran cartas mías importantes (ya que en este país por cada carta devuelta se paga una multa). No sé cuándo me llegarán los papeles del voto por correo; una vez más, no nos dejan votar a los exiliados. Porque yo todavía soy un exiliado, y hay muchos que lo tienen más jodido para volver.

Subí a entregarle las llaves al dueño de la casa y a despedirme. Frank me dio un abrazo. “Has sido un buen inquilino, no has dado problemas… que te vaya todo muy bien por España, y si vienes por aquí de visitas, pasa y nos tomamos unas birras”.

Fue en aquel momento cuando se me escapó una lágrima. Había alcanzado el punto de inflexión en la despedida, dejaba todo esto atrás… y sin embargo, sentía una gran nostalgia.

Bajé a la calle. Retiré el cartel con mi nombre del buzón, tal y como exigen las leyes alemanas de arrendamiento. Fui hacia el coche. Eché el último vistazo a la fachada del edificio, a las ventanas de los que ya no eran mi salón, ni mi habitación. Y entonces volví a llorar de nostalgia.

Mi padre me había dicho cuando partí de España que, pasara lo que pasara, debería mantenerme firme y no dejar que me vieran llorar. Ahora parto de regreso de Alemania, y es cuando se me escapan todas esas lágrimas que no derramé en estos años.

Mi padre se me acercó, me puso una mano en el hombro, y me dijo: “Ánimo, chaval, que te vas a un sitio mejor”.

Así sea. Eä, en élfico. Amén, en hebreo. Y como decimos los pastafaris, ¡ramén!

Subí al coche. Mi tío vendría de copiloto. Mi padre subió a su coche. Arrancamos.

Goodbye, Ilmenau!

BARVADER ‘18